domingo, 6 de junio de 2010

Carlos

Quiero cerrar este blog que tantas alegrías rememora con el recuerdo emocionado de Carlos, el amigo de mi hermano Perico que tanto nos inspiró a todos con sus aventuras y pasión náutica y que ahora se ha ido a surcar mares más felices. Carlos ya se daba la vuelta al mundo a vela cuando las teles aún eran en blanco y negro. Siempre recordaré su narración de aquella vez hace ya varias décadas en la que cenando en un chiringuito de Cabo Verde donde se juntaban los navegantes que cruzaban el atlántico apareció una joven negra isleña que cantó con voz de plata frente al mar. La más pura voz que pudiera imaginarse fluía como una cascada del pecho de la joven, creando un momento mágico y eterno. Esa joven era Cesárea Évora. Un día no hace mucho yo crucé el atlántico a vela y rocé Cabo Verde. La maravillosa voz de la sirena negra todavía flotaba en el aire. Ahora el recuerdo de Carlos está con ella. Nos veremos pronto en la mar infinita, marinero!

sábado, 5 de junio de 2010

4 besugos en el Maite




Compramos besugos y rape para un ejército a una señora que limpiaba su pescadito en la cuesta del puerto de Fisterra. En un galego cerrado efectúa una táctica comercial sin igual, enumerando las mil y una formas de cocinar y por ende paladear su fresco género.
Un rápido desayuno en puerto y ya estamos sorteando pesqueros partiendo rumbo Sur hacia nuestras rías baixas.
Un conjunto de colmenas vanguardistas con forma de cubo proyectadas hacia el mar en la ladera del acantilado conforman el cementerio del pueblo. No hay duda de que alguna meiga tenía amantes arquitectos por aquí...
Tras admirar el faro de nuevo esta vez desde el mar, nos adentramos en mar abierto para ganar barlovento y caer hacia el Sur.
Veinte nudos y olas al través de 3-4 metros juegan con el Maite cual cáscara de nuez. El día gris pero no frío, la mar oscura y poderosa y el barco abriéndose camino en un planeo contínuo conformaban una combinación apasionante, un día de navegación perfecto...eso si, fue necesario poner en práctica la mejor de las recetas de besugo para paliar algún problemilla de mareo que otro que rondaba por ahí.
El horno de gas dejó en su punto los pescados con su guarnición de rigor ante la algarabía general. Hasta Nacho se despertó al olor de la sardina...o del besugo, mejor dicho. Así que ahí nos encontramos, comiendo los cuatro besugos, en la mesa del Maite...y qué bien sabe el pescado cocinado en la mar!
Como no podía ser de otra forma, el cielo se abre a medida que perdemos latitud y nos acercamos a Sálvora y Ons. Los escarpados acantilados de la costa da morte dan paso a los más suaves perfiles del sur. Dejamos a estribor el faro del Picamillo con un sol de justicia y a un glorioso través, ya sin ola ni cabeceo. Nuestra skipper de Harvard muestra una sonrisa de oreja a oreja y vuelven los cánticos y bailes que tan bien nos definen como tripulación y marineros...
El cañón de Portonovo nos regala sus veintitantos nudos de racha para dejarnos justo en medio de un banco de arroaces enormes que esta vez si, juegan con nosotros. Estará el mítico Gaspar entre ellos? Ya sabéis, nunca le miréis a los ojos que puede resultar peligroso como un tiburón...vamos que se enamora de uno y no hay quien se lo quite de encima...
Atracar el Maite en Sanxenxo viniendo de Beluso es siempre un placer, hacerlo tras surcar el mar que abraza el confín de la tierra, una verdadera gloria. Se ha comportado como un velero aguerrido y suave a la vez, la más acogedora de las naves. Gracias Maite!

El Faro del fin del mundo


Subimos emocionados al faro que marca los confines de lo conocido. Mas allá, la mar, el infinito océano y tal vez nosotros mismos y nuestra eterna y quimérica búsqueda de la paz existencial.
Decenas de peregrinos queman en silencio sus ropas como ofrenda al sol poniente sobre las abrumadoras rompientes de la mar en el acantilado final.
Una diminuta vela cabecea lentamente entre las olas como recordándonos nuestra humilde (pero muy coqueta y alegre) condición de navegantes en un entorno de dimensiones descomunales.
Nuestro faro es una torre de babel repleta de gentes que cubren las rocas mirando absortos al astro rey y a sus propias vidas con él.
Tras un sublime momento de recogimiento bajamos en poderosa marcha los tres km y medio de camino hasta el pueblo cantando a grito pelado -por supuesto desafinando como gatos- lo primero que se nos vino a la cabeza y recibiendo calurosas muestras de admiración por parte de algún que otro peregrino guiri despistado.
Hemos conseguido tomar por mar el pico más mítico y ni las abrumadoras siestas del marmoto, ni el enganche 2.0 con las uríes cibernéticas asfálticas y principescas hicieron otra cosa que contribuir a hacer más grande nuestra común hazaña. Todos subísteis al faro con nosotros. Os queremos. Y que viva Sanxenxo y hasta Don Ramón.

Fisterra






El espigón de Fisterra defiende al pueblo de los embites de la cruda mar océana que con toda la fuerza de miles de millas Atlánticas rompe desde el oeste. La ensenada natural protege todos los demás flancos...salvo el nor-este...exactamente el viento que soplaba cuando el Maite arribó a puerto. Cientos de pesqueros de todos los tamaños pueblan el puerto más auténticamente mariñieiro en el que hemos tenido suerte de recalar. La fábrica de hielo de rigor corona el espigón lanzado al este en despavorida artimaña de ingeniería.
La leyenda rural marinera dice que Frank Gehry tenía una amante meiga de Fisterra con la que cogía las nueve olas de la Lanzada y a la que dedicó el singular y delirante monumento al pito del sereno del pescador modernista que es la lonja de Fisterra. Punto de peregrinación de bodegueros Riojanos, su azul y las gaviotas que pueblan su circense techo nos dejan estupefactos.
El atraque fue de los que hacen historia. Sorteando pesqueiros llegamos hasta el fondo del puerto al único punto del pantalán pesquero en el que podíamos aspirar a atracar. Una exquisita maniobra de Eduardo a la caña y una aguerrida y rápida tripulación no dio espacio a la duda. Allí nos quedábamos. Aracne no tejió en su mitológica vida una red como la que construímos con los springs tomados a las cornamusas del pantalán y a todo lo que pillamos por delante.
El barco quedó seguro y nosotros preparados para acometer el punto culmen de la singladura: la puesta de sol en lo alto del faro de Fisterra. El fín de la tierra, el comienzo del mar.

viernes, 4 de junio de 2010

Corcubión




Tenemos el restaurante en Muros de los cinco caballitos de mar de la guía Beneteau: El Fuxo Luxo (o Luxo Fuxo, la propiedad transitiva del restaurante es una de sus principales características). Pidas lo que pidas vas a poner los ojos en blanco de placer, eso si nunca, y queremos decir nunca, te comas una guindilla. Si lo haces, la palmas. Te peta la patata que diría Juan Ariza. Se te hincha la lengua hasta parecer una masa informe de erizo de mar más ardiente que la lava virgen del Krakatoa. Salvo ese nimio detalle y la incontenible verborrea del camarero, el restaurante es uno de esos secretos que no has de compartir ni publicar en un blog...
Lento y magnífico llega el guardacostas muy pronto en la mañana. Los marineros van agrupándose en torno a sus barcos y rápidamente el puerto entra en actividad. La fábrica de hielo parece sacada de la isla de los mosquitos con su tubería de dispensación directa a los buques y su decrépito y desvencijado aspecto. Simplemente adorable.
Parte el pesquero al que estábamos abarloados con mejillones dentro. Con sus bigotes de chef nos despidió moviendo el rabo como el auténtico rei dos canes palleiros.
Una mar oscura y un cielo gris y plomizo enmarcan nuestra salida de la ría de Muros. La travesía hacia Fisterra continúa.
Si hay una palabra que defina la navegación por estas aguas es no es otra que piedra.
Sea cual fuere tu derrota, te encontrarás con ellas: Leixoes, los Bruyos, Miñarzos, Meixidos, Lobeiras, Carrumeiros...la costa Galega en su estado más puro.
Los pilotos del Maite no perdieron ni por un momento el foco y la nave sorteó los obstáculos sin percance alguno, ajena al canto de sirenas que provenían de las rompientes olas.
Llegar a Fisterra no es cualquier cosa, no se puede hacer sin antes rendir pleitesía a las fuerzas vivas del averno remontando la vertiente norte de la ría cual vikingos en sus drakkars hasta abordar el muelle en las fauces del Corcubión.
La mole inmensa de hierros azules de la fábrica enraizados en la mar delimita el lado contrario de la ría frente al pueblo.
El tremendo calor que el azote de Lorenzo provocaba hizo que no hiciera falta ágape alguno para que todos nos conectásemos en la dimensión de la energía zen de la histórica siesta ibérica.
Justo antes, admiramos apabullados los cuadros de los gráficos de algunos naugragios en la costa da morte...que el Señor nos coja confesados y el Corcubión nos ayude.
Nadal gana gentilmente su semifinal del Roland Garros y retomamos rumbo sur esta vez si, hasta Fisterra.
Venida directamente de Harvard City (como dicen los locales) o Albacete (como dice el resto), Ana "the skipper de secano" (pronúnciese la "o" como la "ou" de Nat King Cole) agarra la rueda con sensibilidad y jactancia para acto seguido horzar a morir cual cormorán en caida libre hacia su presa deprevenida.
La composición marinera "Ana, horza pero aguanta" ha entrado ya a formar parte de la historia musical del estas rías, sino de la mar océana en su conjunto. El coro del Maite impulsó con su interpretación y su poderoso churro digo chorro de voz el espíritu de nuestra heroína, que no se amilanó ni un ápice con el barco a siete nudos y regala en el agua sólo con el génova. Salve, Ana.

Mejillones



Mejillones es negro y chiquito
Vive en un barco
Tiene cara de actor y ojos de ángel
Su pelo es lacio y suave a la vez
Es juguetón y dicharachero, se te abraza a las piernas en un plis
Mejillones no come carne, es lobo de mar
Es ágil pero calmo, es astuto y vivaráz
Es un pedazo de amigo, y no es un perro, sino can.
Mejillones vive en Muros y ya dentro de nosotros.

La ría de Muros




La niebla se queda atrás y poco a poco abre la tarde saltando grácilmente 20 nudos de viento que nos permiten hacer una maravillosa ceñida con Eduardo a la caña y la regala en el agua. La entrada de la ría te deja sin palabras, montaña, piedra, árbol, roca, vela, mar moteada de blanca espuma y un cielo cada vez más azúl.
La vírgen playa de Louro por el exterior de la ría es tan bella como las dunas de Corrubedo y con el imponente peñasco del Monte Louro, que a todos nos recuerda a Capri, la estampa es inolvidable.
Cae la tarde y los pescadores echan sus redes en barcos de gran tamaño para estar dentro de ría. Debe haber un buen banco de peces, lo saben ellos y lo saben los magníficos arroaces que nos vienen a visitar y que nos escoltan hasta el espigón del puerto de Muros durante varias millas.
Dice la leyenda que a los arroaces les encanta la música. Lo que no dice es que les vuelve locos María Dolores pradera. Ni que la música del barco de al lado, que aún no sabemos cual era, les gustaba bastante más, provocando el desaire indignado de nuestra tripulación desengañada.
El puerto de Muros es un puerto pesquero, sin muelle deportivo pero con múltiples espigones de gran calado. Nos abarloamos a un pesquero que nos dicen no saldrá hasta mañana y preparamos cuerpo y alma para la gloriosa cena que se espera.